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21 de Desembre de 2016
PERIODISMO DIGITAL//.- El mundo en la actualidad tiene dos corrientes, una que se llama globalización y otra que se llama soberanismo. El capital como es natural es partidario de la globalización y su mayor beneficiario, consiste en no pagar tasas, fronteras, peajes, tarifas o aranceles para la libre circulación de personas y de productos. El euro por ejemplo es el símbolo que tenemos más a mano para entender el hecho de que un español puede estar en Grecia e incluso en países que están fuera de la Unión y que tanto valor tiene esta moneda aquí como allí. Es verdad que eso tiene ciertas ventajas sobre todo para los que venden y compran cosas, también para aquellos que viajan por negocios, se instalan en otros países por falta de trabajo en los suyos o simplemente se van de vacaciones o hacen escapadas puntuales.
Pero el capital no es sólo ese billete de 50 euros que llevamos en el bolsillo, el Capital tiene planes expansionistas y de beneficios rápidos y uno de los planes más peligrosos que quiere llevar a cabo es el abaratamiento de la mano de obra que obviamente llenaría los bolsillos a las empresas. Le llaman competitividad y consiste en fabricar más barato un artefacto que compita de este modo con sus similares en el mercado. El Capital quiere además cercenar los derechos sociales de los europeos y su estado de bienestar. No hay ninguna posibilidad de hacer negocios en estados donde hay que pagar las costosas facturas de una sanidad y una educación universales.
El Capital sólo tiene una lógica: el beneficio, cuanto más rápido mejor, el problema es que el capital beneficia sólo a determinadas élites y perjudica a otras clases cuando se plantea en términos de globalización, por otra parte es obvio que la globalización ha dejado afuera a continentes enteros como Africa. Mientras fue un fenómeno local todo parecía estar bajo control: la lucha de clases estaba vigilada de cerca por sindicatos y gobiernos y aunque estas relaciones siempre estuvieron sometidas a cierta tensión, los equilibrios entre empresarios y trabajadores -no terminaron nunca en Europa-de generar revoluciones marxistas tal y como los comunistas de postguerra profetizaban.
Antes al contrario, las democracias se fortalecieron cuando ese equilibrio de fuerzas se consolidó y grandes capas de la población pudieron mejorar sus vidas y sus salarios gracias a la revolución industrial que en España llegó tarde y bajo el régimen franquista, de entonces para acá, todos llegamos a pensar que no podíamos sino mejorar.
Pero todo comenzó a ir mal cuando ese proyecto que conocemos con el nombre de Unión Europea dejó de ser un simple mercado común y se consolidó como una especie de Confederación de estados soberanos bajo el mandato de una Alemania que pretende desde entonces germanizar Europa a golpe de decretos llegados desde ese lugar lleno de burócratas que llamamos Bruselas y con un banco central que nos dice a cada cual lo que podemos gastar.
El asunto comenzó a oscurecerse con la llegada del euro, una llegada intempestiva que se llevó a cabo de prisa y corriendo sin consolidar la unión política y fiscal de Europa y no atender a los diferentes niveles de renta de cada uno de estos estados asociados. Aun hoy hay países que pertenecen a la Unión europea pero no están en el euro (por ejemplo Dinamarca o el reino Unido), y otros que no firmaron el tratado de Shengen que aseguraba la libre circulación de personas.
No se puede comprender demasiado bien que hace Grecia o Hungría en la UE y por qué otros países están fuera del euro -pero dentro de la UE- como Gran Bretaña hasta hoy día de San Juan del 2016. Todo parece indicar que la decisión fue extender el dominio de la UE hasta donde fuera posible sin atender a estas diferencias entre los estados de la unión. El resultado ha sido una gran heterogeneidad en las políticas fiscales y un encarecimiento de la vida sin que los salarios hayan subido en lo más mínimo.
El problema que tiene planteado Europa hoy es la decepción que ha generado entre los llamados euroescépticos y también las diferencias entre norte-sur. El euroescepticismo ha generado movimientos políticos paradójicos que también pueden denominarse como populistas.
Súbitamente, en apenas siete días, la primera potencia del continente europeo se ha dado cuenta de que es enormemente vulnerable ante ataques terroristas. Y de que su población, expuesta a riesgos hasta ahora aletargados, sufre el pánico sin que las autoridades puedan frenar esa sensación que provocan un puñado de hechos violentos o de carácter terrorista.
Además, La recomposición de relaciones entre Rusia y Turquía ha sido puesta a prueba cuando el embajador ruso en Ankara, Andrei Karlov, fue tiroteado en la capital turca. Karlov murió a consecuencia de los disparos del atacante, un policía que abrió fuego clamando venganza por la toma de la ciudad siria de Alepo y que fue abatido poco después. Precisamente ha sido el conflicto sirio el que ha enfrentado a ambos países durante el último año y medio, sobre todo tras el derribo de un caza ruso por parte de Turquía en noviembre del año pasado.
Sebastià Barrufet Rialp, cronista transversal
Master en Periodismo Digital
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